Adrián González tiene 22 años y hoy vive lejos de Lorís, su pueblo natal. Crecer en este núcleo rural de Salas le dio la oportunidad de estudiar junto a otros ocho alumnos en una escuela rural. No eran más en clase. Él pertenece a esas generaciones que empezaron a vivir el declive a las zonas rurales rurales y, por tanto, la ausencia de alumnos para llenar aulas. El fin de semana pasado él y algunos de su compañeros se despidieron de su escuela, la de Villazón, para siempre. El centro cierra sus puertas. Para el curso 2014-2015, la previsión de matrícula no superó los tres alumnos y el mínimo para poder mantener la actividad educativa son cuatro. «Una pena», dice Adrián González mientras observa fotos de su infancia que ahora se exponen en el centro. «Pero también algo normal. Aquí cada vez somos menos y todo cierra», dice.
La resignación de Adrián González choca con el interés de otros vecinos de la parroquia de más edad. Ellos quieren que la escuela, aunque sin actividad docente, continúe su historia y se convierta en una especie de museo dedicado a la educación en las zonas rurales.
La escuela de Villazón tiene más de un siglo de vida. Guarda exámenes de los años setenta, pupitres de los antiguos y mucho material escolar de épocas pasadas «Si no hacemos algo, seguro que se pierde», dice Rosario Alonso. Ella es una de las protagonistas de la fiesta de despedida de esta escuela que hasta junio perteneció al colegio rural agrupado de La Espina. Junto a María José Fernández y María José García García, todas madres de exalumnos, se ocuparon de «pedir» para el centro en los últimos años. Como ejemplo, lograron que la Consejería de Educación mejorara el tejado y ellas lijaron y limpiaron el suelo de madera. «Es una escuela antigua, pero cuidada, y por eso queremos darle utilidad», explica Alonso.
De momento, se puede ver una exposición de fotos antiguas, donde el pasado fin de semana parte de los exalumnos perdieron tiempo en buscarse. Marcos Álvarez, ya en el instituto, fue uno de ellos. Encontró fotos de su curso, pero también de su abuelo posando en el pupitre: «Una pasada».
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